Es tiempo de Ramadán, tiempo de Cuaresma, tiempo de primavera, tiempo de fraternidad.
Soy una cristiana a la que una musulmana ha invitado en su mes santo a una “ruptura del ayuno”, los musulmanes, durante el mes de Ramadán, no comen ni beben desde el amanecer hasta el atardecer, ella es una mujer madura, no llega aún a los 60 pero su rostro muestra a una anciana, su vida no ha sido fácil antes ni está siendo fácil en esta etapa tampoco, vive sola en una infravivienda, una habitación sin mas ventilación que la puerta, un lugar oscuro, donde nunca llega el sol, en medio de un barrio lleno de pobreza y marginación.
No tiene trabajo desde hace años, hace tiempo que nadie la contrata, quizás porque parece muy mayor, para sobrevivir vende lo que puede en un mercadillo desregulado, en el que es la única mujer, ha tenido que vencer muchos obstáculos culturales y sociales para poder hacerlo, no es fácil mantenerse en este espacio de hombres donde la desestructuración está tan presente como la lucha por la supervivencia y la dignidad.

Es pobre y está sola y esa soledad y pobreza le pesan como una losa, no sonríe, no es feliz y ahora en Ramadán cada atardecer tiene que romper el ayuno sola, es un pan amargo.
Esta noche es diferente, ha decidido decir basta y me ha invitado a una ruptura, no sé muy bien porque, yo solo me he dedicado a hablar con ella en el mercadillo de vez en cuando, alguna vez incluso me he sentado con ella sólo para charlar un rato y escuchar sus quejas, su rabia, sus sueños.
Ella dice que ha tenido suerte porque he asistido, pero soy yo la que esta noche ha tenido mucha suerte. En este encuentro descubro que esta comida compartida y repartida desde la pobreza, pero también desde la acogida y desde el cariño, es una comida que nos permite aceptarnos en la diferencia, acercarnos a Dios desde dos experiencias religiosas distintas, pero que no nos separan. Es una comida de hermandad.
La comida se convierte para mí en un sacramento, esta cena ha sido un regalo en esta Cuaresma, la oportunidad de vivir un Jueves Santo de verdad, la mesa estaba preparada con un cuidado exquisito y la alegría que ella trasmitía era contagiosa, mientras esperábamos los últimos minutos para empezar a comer, no paraba de bromear, había sacado a pasear la niña que lleva dentro y éramos muy felices.
Gracias hermana mujer, por tu lucha en medio de las dificultades y de la soledad, por seguir adelante a pesar de todo, tu testimonio me ayuda a no rendirme.
Gracias hermana pobre, por ayudarme a comprender la dignidad en medio de esa pobreza, la importancia del compartir, aunque se tenga poco o casi nada, la alegría de ese compartir, gracias por abrirme tu casa pobre que me ayuda a darme cuenta de cuantas cosas acumulamos, cuánto nos sobra, me recuerda que en medio de todo lo que acumulo lo que debo buscar es a las personas.
Gracias hermana musulmana, por compartir conmigo tu comida, por ayudarme a acercarme a ti.
Pilar Castillo