Trabajo desde hace mas de treinta años con población migrante y a lo largo de este tiempo siempre me cuestiona la misma idea: la sociedad se convierte en un mundo hostil en el que es difícil habitar, por un lado en sentido físico: la población migrante se ve en muchas ocasiones avocada a vivir en condiciones inhumanas, en infraviviendas, en el caso de Almería en grandes asentamientos, lugares inhóspitos en los que se amontona la basura y se quiere también amontonar a las personas como si fueran desechos; y por otro, en sentido simbólico, faltan lugares en los que uno pueda sentirse acogido cultural y personalmente, aceptado, respetado, faltan lugares emocionales que sean habitables, como los llama José Laguna.
Este drama de falta de espacios habitables comienza en los propios países de origen del migrante y es la causa de que se vean forzados a salir de ellos, el Norte depreda a los países del Sur, el neoliberalismo salvaje que nos envuelve convierte en mercancía todo lo que toca y los hace inhabitables para sus pobladores, no solo por la explotación y saqueo de sus materias primas sino también por la corrupción de sus élites políticas y económicas y por la dependencia a nivel tanto político como económico. El Norte ha convertido a estos países en grandes basureros, es desalentador ver en África el problema que causa el plástico o los residuos tóxicos de material industrial y electrónico desechado; he conocido ayuntamientos de estos países que no tienen dinero ni medios para recoger la basura todos los días, mucho menos para tener plantas de reciclaje de residuos. Se convierten así en lugares inhabitables tanto física como simbólicamente, es normal que cualquier persona desee salir de ellos buscando otros que les han vendido como más habitables.
Pero el drama no termina aquí, este es solo el comienzo que continua con un viaje migratorio inhóspito e inhumano, que deja un reguero de muerte en el camino y que termina con la llegada al soñado Norte, a Europa, para encontrarse viviendo en un asentamiento, un lugar inhóspito e inhabitable donde se convierten en los nuevos esclavos del siglo XXI, son los nuevos descartados del sistema, los excluidos y empobrecidos, los “nadies” de los que hablaba Eduardo Galeano. Son los no queridos ni reconocidos como persona, sino sólo como mano de obra que se utiliza cuando se necesita y se deshecha cuando no hace falta. No se hace esfuerzo alguno por generar espacios de convivencia, y además, como los “pobres de solemnidad” que piden en las calles, se considera que afean los pueblos y ciudades y son un problema de cara al turismo.
Es lo que pasó, por ejemplo, con el Asentamiento del Walili en el Campo de Níjar en la provincia de Almería, estaba en una encrucijada de caminos que lleva a algunas de las playas más bonitas de la provincia; un lugar bastante visible que ha generado una dinámica perversa por parte del Ayuntamiento que declara a las personas que lo habitan como no sujetas a derechos, disfrazada de una “bondad y cuidado hacia ellos”. De manera unilateral, la administración pública decidió eliminarlo, en teoría esto es bueno y deseable, ningún asentamiento chabolista es un lugar habitable, pero el problema es cuando se hace de espaldas a las personas que, de hecho, lo habitan, como si no tuvieran nada que hacer o que decir.
No basta con eliminar físicamente un asentamiento, es necesario hacer una labor de reconstrucción personal, de reconocimiento y participación en el proceso de las personas que lo habitan, es necesario trabajar también esa otra parte emocional y simbólica, pero cuando desde la sociedad en general y desde la política en particular no se apuesta por ello, significa que en realidad no estamos generando espacios habitables.
En nuestra sociedad es imprescindible construir espacios habitables y esto supone trabajar la convivencia, considerar al otro como persona igual a mi, sujeto de derechos y de dignidad, es necesario crear espacios de reconocimiento del otro, creer que cada persona es parte de la solución y es necesario tenerla en cuenta. Crear espacios habitables supone trabajar lo comunitario, lo participativo, devolver a la persona su derecho a soñar junto a otros, junto a otras.
Supone que la persona y no el mercado sea el centro de la sociedad.
Ojalá, que más allá de cualquier Walili, ante cualquier asentamiento, infravivienda o barrio marginado seamos constructores de espacios y lugares habitables tanto física como simbólicamente.
Pilar Castillo García
Sobre el autor