En el último asalto a la valla de Melilla, al menos 27 muertos, cientos de heridos, de todo tipo, pero sobre todo de pobres migrantes. Todo el mundo echa la culpa a las mafias, indican que son personas violentas, armadas, entre otras cosas con piedras, que quieren violar nuestra frontera, “nuestro” territorio. Nadie habla del hambre ni de las injusticias, nadie habla de países de primera y de tercera, nadie habla del hostigamiento a los que se amontonan en las cercanías de esa frontera, nadie habla del derecho de las personas a una vida mejor, a una vida digna.
Las fronteras, ese invento aceptado por todos, que separa lo mío de lo tuyo, lo nuestro de lo de ellos.
Hay otros animales que son también territoriales, que defienden su territorio con uñas y dientes, son capaces de matar y de morir para defenderlo. ¿No hay nada que nos diferencie de ellos? ¿somos así de animales?; ¿ser humanos no nos aporta nada?, ¿no es característico de lo humano cuidar a los más débiles, ser solidarios, compartir lo que se tiene?. O quizá es que estamos dejando de ser humanos para rescatar sólo nuestro lado animal.
A cada paso nos jugamos lo que somos, lo que queremos ser, el legado que queremos dejar a generaciones futuras. Las fronteras nos permiten también eso, descubrir si nuestro lado más humano es nuestra opción como cultura, nuestro legado. Es el momento de decidir si queremos educar a nuestros hijos e hijas en los valores de la acogida, del cuidado, de la solidaridad, del compartir; en definitiva, de la alegría de vivir una vida humana plena, o nos quedamos en vivir un vida desde la crispación, desde la violencia de estar constantemente “guardando” nuestras fronteras para que nadie pueda compartir “nuestro espacio”, “lo nuestro”.
Es la hora de decidir, es nuestro momento como sociedad y como cultura.
Pilar Castillo
Sobre el autor